El hilo de Ariadna.
La Casa del Lector.
Matadero. Paseo de la Chopera Nº 14.
Hasta el 17 de marzo
de 2013 en los siguientes horarios:
- Martes a Viernes de 17 a 21 h
- Sábados de 11 a 15 h y de 17 a
21 h
- Domingos y festivos de 11 a 15
h
- Lunes cerrado
Entrada gratuita.
El español es un idioma riquísimo. Y especializado en metáforas. Nuestro lenguaje se cubre con un amplio manto trenzado por vocabulario textil. Aunque no nos demos cuenta: el complemento de la urdimbre -“la trama”- define el discurso narrativo de una película o de cualquier relato. Los malos más arquetípicos pueden “tejer” un plan malvado, mientras que el protagonista tendrá que “hilar fino”, para hallar una forma de “desenredar el ovillo” sin “perder el hilo” de su propia vida. Los hablantes captan y estructuran el mundo a través de los usos metafóricos, viejas formas se incorporan al corpus cultural con significantes distintos a los que tenían anteriormente. Es el caso de la idea del laberinto, que planea sobre toda la contemporaneidad. Con ella, Francisco Jarauta propone un original recorrido que reinterpreta obras de arte de lo más variado: litografías, óleos, dibujos, audiovisuales o instalaciones. Desde las dendritas y los axiones de los dibujos científicos de Ramon y Cajal o los Opuscula Varia de Ramón Llull hasta nuevas formas de interpretar la plástica de Jaume Plensa.
No sabemos si su paradigmática escultura prefiere
penetrar o quedarse tras la puerta del laberinto. Si se alimenta de las ideas
del mundo o si estas se desparraman desde su mente. Un Ulises de formas férricas, protegido por un cortinaje de letras que
constituye parte del conjunto Silent Rain
y que adquiere su sentido fuera de éste al plasmar una obra de Shakespeare. Punto
de partida interesante para todo un discurso que trata de establecer el camino
de un lector histórico hacia su completa emancipación. De Teseo alienado
seguidor de lo establecido, enganche del hilo áureo de la autoría, a configurador
de redes simbólicas que forman parte de él y que lo envuelven. Mensaje
complicado que podría haber caído en el vacío de no ser por la cuidada
selección de obras y por la interactividad y sorpresa continúa que deparan al
visitante. En este sentido, la obra de Charles Sandison -conocido por los
asiduos a la galería de Max Estrella y admirado por todos los que presenciaron
hace un tiempo la noche en blanco- parece ser el culmen lógico al ofrecer un
tapiz blanco de palabras a todo aquel que se atreve a penetrar en la
instalación.
Pero no es la única. En la muestra es posible
convertirse en un arqueólogo improvisado -no diremos cómo- o recorrer la famosa
espiral de Smithson -una referencia que, por obligada, casi parece tópica-,
concibiendo un buen momento para acudir en familia. Y con niños. Es posible
divertirse y disfrutar aprendiendo a cualquier edad. Resulta quizás interesante
complementar la visita con una de las múltiples actividades que se organizan en
La Casa del Lector -recogidas en su web-. El recorrido se ameniza con cuidados
textos de Borges o Gibson -con una tipografía minimalista que debemos a Javier
Maseda-, referencias a Cnosos y a la antigüedad clásica y seleccionadas
explicaciones que buscan crear un fino hilo conductor al visitante, dejando su
imaginación completamente libre para aproximarse a las obras, para añadir
nuevos cordones al central como si de un quipu inca se tratase: unos pocos
minutos de La mirada de Ulises de
Theodoros Angelopoulos sirven para condensar la compleja idea del viaje. No es
necesario pararse mucho rato de forma obligada ante cada propuesta. Es posible
elegir y tratar de interpretar por uno mismo la pluralidad de caminos que puede
tener cada obra o continuar hacia adelante por el hilo central de nuestro trenzado,
sin que -como suele ocurrir a veces- el aprendizaje esté para nada reñido con
las experiencias estéticas. A ello ayuda un montaje perfectamente definido, que
crea espacios que juegan con la luz.
Muchos de ellos intimistas, protegidos por
cortinajes o escondidos en recovecos. Resulta impresionante girar de repente y
encontrarse tres luminarias de textura orgánica irregular. Rosetones
contemporáneos, al estilo de Le Corbusier pero configurados con papel de
algodón. Colmenas, pequeñas grutas de luz de la catalana Rosó Cusó, muy
influenciada por las formas de la naturaleza: por el encanto de los líquenes o
la fuerza de la erosión. Óvalos intimistas. En los que se rompen secretos, como
en la obra de Álava y Moreno. Y en los que se juega con los sentidos, ya sea
con cambios de luz provocados o introduciendo el sonido. El contraste entre
estos refugios y las grandes salas es obvio y buscado: luz natural y focos
invertidos se confabulan para crear un efecto completamente distinto: causar
impacto nada más entrar a la muestra o iluminar las diagonales cuajadas de
símbolos del Gottlieb más influenciado por el gestualismo de Pollock.
Planteamientos efectistas que beben de la
misma fuente curatorial, con hábil capacidad para resolver problemas ligados a
la selección, organización o montaje de las obras -algunas
concebidas ex profeso para la exposición, como la de Daniel García Andújar-pintando
una magnífica exposición inaugural para La Casa del Lector, cuyo cenit no puede
ser más evidente: la última sala se articula por varios sillones en torno a los
que se disponen libros aportados por la fundación Germán Sánchez Ruipérez, que
pueden ser consultados e incluso prestados a todo el que se acerca a la
exposición. El visitante puede ser ahora capaz de enriquecer el ovillo de hilos
trenzados que ha ido hilvanando a lo largo de la muestra, pasando de la
plástica a la lectura, dejándose llevar no por las formas sino por las
palabras. Haciendo que la imaginación vuele en abstracto.
Julio Andrés Gracia Lana.
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