1.15.2013

Hacia el nuevo lector


El hilo de Ariadna.
La Casa del Lector. Matadero. Paseo de la Chopera Nº 14.
Hasta el 17 de marzo de 2013 en los siguientes horarios: 
  - Martes a Viernes de 17 a 21 h
  - Sábados de 11 a 15 h y de 17 a 21 h
  - Domingos y festivos de 11 a 15 h
  - Lunes cerrado
Entrada gratuita.


 El español es un idioma riquísimo. Y especializado en metáforas. Nuestro lenguaje se cubre con un amplio manto trenzado por vocabulario textil. Aunque no nos demos cuenta: el complemento de la urdimbre -“la trama”- define el discurso narrativo de una película o de cualquier relato. Los malos más arquetípicos pueden “tejer” un plan malvado, mientras que el protagonista tendrá que “hilar fino”, para hallar una forma de “desenredar el ovillo” sin “perder el hilo” de su propia vida. Los hablantes captan y estructuran el mundo a través de los usos metafóricos, viejas formas se incorporan al corpus cultural con significantes distintos a los que tenían anteriormente. Es el caso de la idea del laberinto, que planea sobre toda la contemporaneidad. Con ella, Francisco Jarauta propone un original recorrido que reinterpreta obras de arte de lo más variado: litografías, óleos, dibujos, audiovisuales o instalaciones. Desde las dendritas y los axiones de los dibujos científicos de Ramon y Cajal o los Opuscula Varia de Ramón Llull hasta nuevas formas de interpretar la plástica de Jaume Plensa.


 No sabemos si su paradigmática escultura prefiere penetrar o quedarse tras la puerta del laberinto. Si se alimenta de las ideas del mundo o si estas se desparraman desde su mente. Un Ulises de formas férricas, protegido por un cortinaje de letras que constituye parte del conjunto Silent Rain y que adquiere su sentido fuera de éste al plasmar una obra de Shakespeare. Punto de partida interesante para todo un discurso que trata de establecer el camino de un lector histórico hacia su completa emancipación. De Teseo alienado seguidor de lo establecido, enganche del hilo áureo de la autoría, a configurador de redes simbólicas que forman parte de él y que lo envuelven. Mensaje complicado que podría haber caído en el vacío de no ser por la cuidada selección de obras y por la interactividad y sorpresa continúa que deparan al visitante. En este sentido, la obra de Charles Sandison -conocido por los asiduos a la galería de Max Estrella y admirado por todos los que presenciaron hace un tiempo la noche en blanco- parece ser el culmen lógico al ofrecer un tapiz blanco de palabras a todo aquel que se atreve a penetrar en la instalación.

 Pero no es la única. En la muestra es posible convertirse en un arqueólogo improvisado -no diremos cómo- o recorrer la famosa espiral de Smithson -una referencia que, por obligada, casi parece tópica-, concibiendo un buen momento para acudir en familia. Y con niños. Es posible divertirse y disfrutar aprendiendo a cualquier edad. Resulta quizás interesante complementar la visita con una de las múltiples actividades que se organizan en La Casa del Lector -recogidas en su web-. El recorrido se ameniza con cuidados textos de Borges o Gibson -con una tipografía minimalista que debemos a Javier Maseda-, referencias a Cnosos y a la antigüedad clásica y seleccionadas explicaciones que buscan crear un fino hilo conductor al visitante, dejando su imaginación completamente libre para aproximarse a las obras, para añadir nuevos cordones al central como si de un quipu inca se tratase: unos pocos minutos de La mirada de Ulises de Theodoros Angelopoulos sirven para condensar la compleja idea del viaje. No es necesario pararse mucho rato de forma obligada ante cada propuesta. Es posible elegir y tratar de interpretar por uno mismo la pluralidad de caminos que puede tener cada obra o continuar hacia adelante por el hilo central de nuestro trenzado, sin que -como suele ocurrir a veces- el aprendizaje esté para nada reñido con las experiencias estéticas. A ello ayuda un montaje perfectamente definido, que crea espacios que juegan con la luz.

 Muchos de ellos intimistas, protegidos por cortinajes o escondidos en recovecos. Resulta impresionante girar de repente y encontrarse tres luminarias de textura orgánica irregular. Rosetones contemporáneos, al estilo de Le Corbusier pero configurados con papel de algodón. Colmenas, pequeñas grutas de luz de la catalana Rosó Cusó, muy influenciada por las formas de la naturaleza: por el encanto de los líquenes o la fuerza de la erosión. Óvalos intimistas. En los que se rompen secretos, como en la obra de Álava y Moreno. Y en los que se juega con los sentidos, ya sea con cambios de luz provocados o introduciendo el sonido. El contraste entre estos refugios y las grandes salas es obvio y buscado: luz natural y focos invertidos se confabulan para crear un efecto completamente distinto: causar impacto nada más entrar a la muestra o iluminar las diagonales cuajadas de símbolos del Gottlieb más influenciado por el gestualismo de Pollock.

 Planteamientos efectistas que beben de la misma fuente curatorial, con hábil capacidad para resolver problemas ligados a la selección, organización o montaje de las obras -algunas concebidas ex profeso para la exposición, como la de Daniel García Andújar-pintando una magnífica exposición inaugural para La Casa del Lector, cuyo cenit no puede ser más evidente: la última sala se articula por varios sillones en torno a los que se disponen libros aportados por la fundación Germán Sánchez Ruipérez, que pueden ser consultados e incluso prestados a todo el que se acerca a la exposición. El visitante puede ser ahora capaz de enriquecer el ovillo de hilos trenzados que ha ido hilvanando a lo largo de la muestra, pasando de la plástica a la lectura, dejándose llevar no por las formas sino por las palabras. Haciendo que la imaginación vuele en abstracto.


Julio Andrés Gracia Lana.

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