Diana Cuéllar Ledesma
La cosa más importante que me ha pasado en la vida, dijo
Vargas Llosa, ha sido aprender a leer – en mi opinión es la cosa más importante
que puede pasarle a cualquiera –. El hilo
de Ariadna. Lectores/ Navegantes parece tener la misma tesis. Con la figura
del laberinto como leit motiv, la
muestra, perfectamente ad hoc para inaugurar
la Casa del Lector, explora las implicaciones de la lecto-escritura y su rol en
la conformación de la subjetividad humana desde las distintas explicaciones y
mapeos del mundo, pasando por la literatura en sus varios formatos, hasta las
representaciones de las estructuras bilógicas y las recientes redes virtuales
que han reconfigurado la cultura occidental.
Si el laberinto es una figura tan escalofriante como
adecuada para expresar la condición humana es por la ambigüedad intrínseca que
posee. A diferencia de espacios como el cielo o el infierno, los laberintos no
tiene puertas y sus entradas podrían ser también sus salidas. En Macbeth and the Porter (2005) de Jaume
Plensa, instalación en la que se escribe la famosa escena de Shakespeare con
letras de hierro que cuelgan del techo, se resume a la perfección: “ya no haré
más de portero del Diablo”, dice el portero.
Así, el tema de la exposición, y ella misma, es de alcances
mayores: un discurso que se fragmenta, disloca y re-articula en cada uno de los
vericuetos en los que se adentra su repertorio. Se trata de un conjunto
polifónico, y a veces forzado, que clama a coro por salir del laberinto…o por
entrar en él. La selección de 17 artistas y más de media centena de obras, del
medioevo al 2012, confirma la complejidad del argumento y la porosidad de sus
bordes. Así, la muestra incluye lo mismo video (Theodorus Angelopolus) que
instalación (Gema Álava/Josué Moreno y Charles Sandison), escultura (Jaume
Plensa), arte objeto (Rosó Cusó), pintura (Adolph Gottlieb), net-art (Daniel G.
Andújar, Antoni Muntadas e Imogen Stidworthy), land-art (Robert Morris y Robert
Smithson) y hasta los dibujos de Santiago Ramón y Cajal y algunos escritos del
filósofo medieval Ramón Llull.
Ni tan aventurado ni tan soso, el recurso a maridar lo más in con lo autrefois (o de hacer in
lo autrefois) resulta aquí una
estrategia de supervivencia. En medio de la crisis y los recortes se trata de hacer
con lo que hay, de modo que el comisario Francisco Jarauta ha sabido armar su
exposición recurriendo casi en su totalidad a colecciones locales incorporado
de algunas de ellas “viejas novedades” como los dibujos científicos de Ramón y
Cajal (ca. 1899) o las Opúsculas Varias
de las Ars de Lull. Y aunque los
dibujos del primero comienzan a estar de moda (basta verlos en Cartografías contemporáneas en
CaixaForum) hay que reconocer al comisariado la buena jugada de incluirlos en
una muestra en la que caen como anillo al dedo y bocanada fresca. Además de
funcionar como elemento de contraste dentro de la muestra, constituyen un fabuloso
despliegue de la muy personal inteligencia y sensibilidad plástica de su autor.
Como dije, los alcances metafóricos, formales, filosóficos,
históricos y psicológicos de la muestra son muy amplios; tanto, que desbordan
la muestra misma. Como dicen, el que mucho abarca poco aprieta de modo que, aunque
la tesis de fondo es sólida y articulada, el discurso visual resulta atropellado.
El paso del Cnosos griego a los
archivos web pocas veces agota las posibilidades tropológicas de la imagen del
laberinto y muchas veces abusa de representaciones literalistas y metáforas
inmediatas. En una exposición sobre laberintos y literatura tal vez echo en
falta una sana ausencia de laberintos y letras. Algunos laberintos invisibles
sí que hay, como en la obra de Gema Álava y Josué Moreno (The Oracle. Tell me a Secret, 2011-2012), instalación visual y
sonora interactiva constituida por cientos de pequeños trozos de papel y oro,
fragmentos de la correspondencia éntrelos artistas, clavados en un muro por
alfileres. Existe una partitura musical encriptada, escondida en la
instalación, que puede hacerse visible si se encuentra un hilo blanco que
conecta fragmentos específicos de papel. Entre las ideas en que Moreno basa su
trabajo, está la teoría de Marconi de que los sonidos nunca dejan de existir,
sino que se convierten en algo imperceptible y, con los medios técnicos
adecuados, podrían ser oídos los sonidos producidos desde el inicio de nuestra
era.
Esta pieza, al igual que The
Work v03 (2011) de Imogen Stidworthy, una instalación temporal de antena
parabólica y lámina de vidrio antiexplosivos, y las obras de Daniel García
Andújar, Antoni Muntadas así como una instalación interactiva sobre el
laberinto de la Casa de Lucrecio en Pompeya fueron concebidas ex profeso para
la muestra y construidas in situ. El montaje,
hay que decirlo, es impecable y en la muestra no faltan otras piezas complejas en
este rubro, como, por ejemplo, la video instalación Index (2006) de Charles Sandison, un espacio de inmersión lumínica inspirado
en la XI edición de la Encyclopedia
Britannica, la última que, con más de 44 millones de palabras y 28
volúmenes, representa el último intento de compilar un índice de todo el saber
mundial. Tal como los pájaros de las ciudades, que parecen turnarse para poder
ocupar un espacio en los cables telefónicos, las palabras “vuelan” por la sala
intentando ocupar su lugar original en la enciclopedia, que se ha reducido a
una sola página. La obra tardará al menos 30 años en que las últimas palabras
de la enciclopedia lleguen e intenten hacerse un hueco en la página. Cada vez que
se apaga la obra, esta conserva la posición de modo que cuando se vuelva a
encender continuará desde el estadio previo. Así, sin portero, salimos de la
muestra, pero no del laberinto.
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