El hilo de Ariadna
Exposición colectiva en la “Casa
del Lector”
Paseo de la chopera 14
Del 8 de octubre al 17 de marzo
Como en otro más a lo largo de
nuestra vida, así nos adentramos en este laberinto, en el que partiendo del
mito se despliega la palabra y el lenguaje: el conocimiento. En un diálogo
entre lo artístico y algunas de las múltiples redes, caminos o entramados que
pueblan el mundo, ya sean de origen formal como conceptual. Donde avanzamos sin
soltar ese hilo que comunica el interior con el exterior y que plantea ese ¿de
dónde venimos? ¿quiénes somos? y ¿a dónde vamos? en un paseo muy literario.
La exposición que inaugura este
nuevo espacio en el recinto Matadero, perteneciente a la fundación del mecenas
salmantino Germán Sánchez Ruíperez (fallecido este verano), abre sus puertas en
una iniciativa más plástica y poética que la pasada muestra, de temática
similar, “Per Laberints” presentada en el CCCB de Barcelona (2011). En un
entorno inmaculado en el que las piezas se integran cromáticamente, lo que
obliga al visitante a prestar cuidado a la sutileza de los detalles. Ya que
muchas veces puede proyectarse una mayor atención hacia la reflexión de los
múltiples textos referenciales o contextualizadores que pueblan el recorrido
(Borges, William Gibson, …).
Todas las obras que aparecen en la
primera sala llevan la firma de Jaume Plensa, elección bastante acertada para
dar una lección explicativa y didáctica sobre la unión entre arte y
literatura. Siempre en un intento
de conectarse con el mito griego que es el hilo conductor. La pieza que nos
recibe es un cortinaje de letras metálicas soldadas (fragmento textual de
Hamlet, perteneciente a su serie “Silent Rain”), a modo de puerta, frente a la
que espera una figura humana (conformada también por caracteres). Coloso hueco,
que nos permite ver a través de él. Humano porque el lenguaje ha sido
introducido en su cuerpo, como diría Lacan, o porque ha recibido el verbo, la
gnosis, según la exégesis. Junto a éste, encontramos tres impresiones que
muestran la figura anteriormente explicada (Shadows IV, V y VI), que de forma
inevitable tienden a lo “escultórico”, pues el papel está tratado para que las
letras que en él aparecen queden en relieve. De aquí pasamos a la obra “la
mirada de Ulises” (1995) del pausado Angelopoulos, quien nos invita a comenzar
el viaje, recordándonos cuán perdidos estamos en toda búsqueda.
Tras recorrer el pasillo
interactivo, en el que el andar se convierte en un juego de descubrimiento
arqueológico, llegamos a la sala donde el laberinto se vuelve espiral. Donde
las grafías se presentan telúricas de la mano de los tocayos del land-art
Morris y Smithson, en comparación con el carácter más lineal y de marca
pigmentaria al uso, que vemos en las obras de Gottlieb y Nieuwnhuys, con los
que comparten sala.
De Morris, se presenta su proyecto
arquitectónico en Pontevedra mediante dibujos y fotos, sin faltar el elemento
de inspiración: un vaciado en yeso de “El laberinto de Mogor” (de finales del
primer milenio), que se encuentran en diálogo prístino, como anteriormente
comentábamos, con la obra de Smithson. Del que se muestra una maqueta de cartón
y madera (que parece fusionar el estilo de la mezquita de Samarra y la ciertas
construcciones subsaharianas) acompañada de sus correspondientes dibujos
preparatorios y una proyección de su famosa obra monumental “Spiral Jetty”.
Con Gottlieb viene lo histriónico
cromático; una maraña al óleo bastante agresiva que reafirma la idea formal
laberíntica presente en la sala. Finalizando ésta con Nieuwnhuys que a modo de
Ledoux contemporáneo, presenta una serie de litografías que muestran el
proyecto utópico de “La Nueva Babilonia”. Proyecto que se ha llegado a definir
más que como una nueva ciudad como una nueva cultura. Su obsesión por el
laberinto se palpa no sólo en el significante sino en el significado. En una
industrialización de modos plurales de vida, que nos liberan a la vez que nos
confunden como si de un augurio críptico se tratase.
El vaticinio no podía obviarse
haciendo referencia a la Grecia mítica. Así en un pequeño habitáculo, nos topamos
con la pieza “The oracle: tell me a secret”, de Gema Álava y Josué Moreno.
Instalación sonora en la que el sonido atmosférico, a veces poco perceptible,
envuelve a una superficie rectangular blanca sobre la que se fijan con
alfileres fragmentos de un escrito. Creando un mosaico lingüístico (volvemos a
las letras) que configura caminos, galerías y pasajes. Color blanco que sólo se
ve roto por la tinta manuscrita en el papel y por un cerco de pan de oro en la
parte inferior derecha de este óvalo fraccionado, que se conecta con su lado
opuesto mediante un hilo en un ligero zig-zag. Oro como meta, como verdad, como
victoria.
Si te acercas demasiado a
escudriñar qué está escrito en los pequeños trozos de papel, descubres que
estos son susceptibles a la mínima corriente de aire, nuestra respiración
interviene. Fijos a la par que volátiles, ellos y también sus sombras.
Antes de dar un vuelco hacia la
red tecnológica, paseamos por estructuras de morfología natural y nos
sobrecogemos con los patrones de corte fractal y de luminiscencia mística del
catalán Rosó Cusó que nos conectan con un saber primigenio. Rosetones de
calidad efímera y de concepción eterna. A los que le siguen una serie de
dibujos científicos (neurológicos) de Ramón y Cajal, cumpliendo la exposición
con esa línea postmodernista de gusto multidiciplinar. A la que se le suman una
serie de diagramas del XVI del mallorquín Ramón Llull, continuando esa
tradición de conectar saberes aparentemente dispares (veáse Kircher), tal como
se hacía con los humores hipocráticos. Y ahora sí llegó la hora de lo
tecnológico que en este caso se me hizo francamente tedioso exceptuando la
instalación que cierra la muestra. Con autores como Antoni Muntadas y su
soporífero aunque interesante archivo, también presente en el activismo
político-comunicativo-tecnológico de Andújar y más ajeno a esto, sin dejarlo
del todo, la obra social y sentimental de Stidwothy que nos muestra que los
afectos no son de vidrio, quedando inocuos ante los explosivos.
Como síntesis, la última obra:
“Index”, la blanca instalación de Charles Sandion que interactúa con el
espectador. En ella, el saber se presenta mediante continuas modificaciones,
dispersiones, omisiones, y agrupaciones ilegibles de palabras, y nos hace
reflexionar antes de abandonar el recinto, sobre la vida, y en especial sobre
el espacio y el tiempo.
Esta veintena de obras, bajo la
curaduría de Francisco Jarauta, que abarcan desde los sesenta hasta la
actualidad, exceptuando la simulación del mosaico pompeyano. Se distribuyen en una
narrativa volcada a lo lingüístico. Inauguración propicia con
miras a lo que pretende ser la Casa del Lector. En una retrospectiva
prácticamente para todos los públicos, ante la que los intelectualoides tal vez
tengan mucho que objetar, quizá entre otras cosas, por un afán de ser Teseos
sin hilo.
Diego Mayoral Martín
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