1.15.2013


El hilo de Ariadna
Exposición colectiva en la “Casa del Lector”
Paseo de la chopera 14
Del 8 de octubre al 17 de marzo


Como en otro más a lo largo de nuestra vida, así nos adentramos en este laberinto, en el que partiendo del mito se despliega la palabra y el lenguaje: el conocimiento. En un diálogo entre lo artístico y algunas de las múltiples redes, caminos o entramados que pueblan el mundo, ya sean de origen formal como conceptual. Donde avanzamos sin soltar ese hilo que comunica el interior con el exterior y que plantea ese ¿de dónde venimos? ¿quiénes somos? y ¿a dónde vamos? en un paseo muy literario.

La exposición que inaugura este nuevo espacio en el recinto Matadero, perteneciente a la fundación del mecenas salmantino Germán Sánchez Ruíperez (fallecido este verano), abre sus puertas en una iniciativa más plástica y poética que la pasada muestra, de temática similar, “Per Laberints” presentada en el CCCB de Barcelona (2011). En un entorno inmaculado en el que las piezas se integran cromáticamente, lo que obliga al visitante a prestar cuidado a la sutileza de los detalles. Ya que muchas veces puede proyectarse una mayor atención hacia la reflexión de los múltiples textos referenciales o contextualizadores que pueblan el recorrido (Borges, William Gibson, …).

Todas las obras que aparecen en la primera sala llevan la firma de Jaume Plensa, elección bastante acertada para dar una lección explicativa y didáctica sobre la unión entre arte y literatura.  Siempre en un intento de conectarse con el mito griego que es el hilo conductor. La pieza que nos recibe es un cortinaje de letras metálicas soldadas (fragmento textual de Hamlet, perteneciente a su serie “Silent Rain”), a modo de puerta, frente a la que espera una figura humana (conformada también por caracteres). Coloso hueco, que nos permite ver a través de él. Humano porque el lenguaje ha sido introducido en su cuerpo, como diría Lacan, o porque ha recibido el verbo, la gnosis, según la exégesis. Junto a éste, encontramos tres impresiones que muestran la figura anteriormente explicada (Shadows IV, V y VI), que de forma inevitable tienden a lo “escultórico”, pues el papel está tratado para que las letras que en él aparecen queden en relieve. De aquí pasamos a la obra “la mirada de Ulises” (1995) del pausado Angelopoulos, quien nos invita a comenzar el viaje, recordándonos cuán perdidos estamos en toda búsqueda.

Tras recorrer el pasillo interactivo, en el que el andar se convierte en un juego de descubrimiento arqueológico, llegamos a la sala donde el laberinto se vuelve espiral. Donde las grafías se presentan telúricas de la mano de los tocayos del land-art Morris y Smithson, en comparación con el carácter más lineal y de marca pigmentaria al uso, que vemos en las obras de Gottlieb y Nieuwnhuys, con los que comparten sala.
De Morris, se presenta su proyecto arquitectónico en Pontevedra mediante dibujos y fotos, sin faltar el elemento de inspiración: un vaciado en yeso de “El laberinto de Mogor” (de finales del primer milenio), que se encuentran en diálogo prístino, como anteriormente comentábamos, con la obra de Smithson. Del que se muestra una maqueta de cartón y madera (que parece fusionar el estilo de la mezquita de Samarra y la ciertas construcciones subsaharianas) acompañada de sus correspondientes dibujos preparatorios y una proyección de su famosa obra monumental “Spiral Jetty”.
Con Gottlieb viene lo histriónico cromático; una maraña al óleo bastante agresiva que reafirma la idea formal laberíntica presente en la sala. Finalizando ésta con Nieuwnhuys que a modo de Ledoux contemporáneo, presenta una serie de litografías que muestran el proyecto utópico de “La Nueva Babilonia”. Proyecto que se ha llegado a definir más que como una nueva ciudad como una nueva cultura. Su obsesión por el laberinto se palpa no sólo en el significante sino en el significado. En una industrialización de modos plurales de vida, que nos liberan a la vez que nos confunden como si de un augurio críptico se tratase.
El vaticinio no podía obviarse haciendo referencia a la Grecia mítica. Así en un pequeño habitáculo, nos topamos con la pieza “The oracle: tell me a secret”, de Gema Álava y Josué Moreno. Instalación sonora en la que el sonido atmosférico, a veces poco perceptible, envuelve a una superficie rectangular blanca sobre la que se fijan con alfileres fragmentos de un escrito. Creando un mosaico lingüístico (volvemos a las letras) que configura caminos, galerías y pasajes. Color blanco que sólo se ve roto por la tinta manuscrita en el papel y por un cerco de pan de oro en la parte inferior derecha de este óvalo fraccionado, que se conecta con su lado opuesto mediante un hilo en un ligero zig-zag. Oro como meta, como verdad, como victoria.
Si te acercas demasiado a escudriñar qué está escrito en los pequeños trozos de papel, descubres que estos son susceptibles a la mínima corriente de aire, nuestra respiración interviene. Fijos a la par que volátiles, ellos y también sus sombras.

Antes de dar un vuelco hacia la red tecnológica, paseamos por estructuras de morfología natural y nos sobrecogemos con los patrones de corte fractal y de luminiscencia mística del catalán Rosó Cusó que nos conectan con un saber primigenio. Rosetones de calidad efímera y de concepción eterna. A los que le siguen una serie de dibujos científicos (neurológicos) de Ramón y Cajal, cumpliendo la exposición con esa línea postmodernista de gusto multidiciplinar. A la que se le suman una serie de diagramas del XVI del mallorquín Ramón Llull, continuando esa tradición de conectar saberes aparentemente dispares (veáse Kircher), tal como se hacía con los humores hipocráticos. Y ahora sí llegó la hora de lo tecnológico que en este caso se me hizo francamente tedioso exceptuando la instalación que cierra la muestra. Con autores como Antoni Muntadas y su soporífero aunque interesante archivo, también presente en el activismo político-comunicativo-tecnológico de Andújar y más ajeno a esto, sin dejarlo del todo, la obra social y sentimental de Stidwothy que nos muestra que los afectos no son de vidrio, quedando inocuos ante los explosivos.
Como síntesis, la última obra: “Index”, la blanca instalación de Charles Sandion que interactúa con el espectador. En ella, el saber se presenta mediante continuas modificaciones, dispersiones, omisiones, y agrupaciones ilegibles de palabras, y nos hace reflexionar antes de abandonar el recinto, sobre la vida, y en especial sobre el espacio y el tiempo.

Esta veintena de obras, bajo la curaduría de Francisco Jarauta, que abarcan desde los sesenta hasta la actualidad, exceptuando la simulación del mosaico pompeyano. Se distribuyen en una narrativa volcada a lo lingüístico. Inauguración  propicia  con miras a lo que pretende ser la Casa del Lector. En una retrospectiva prácticamente para todos los públicos, ante la que los intelectualoides tal vez tengan mucho que objetar, quizá entre otras cosas, por un afán de ser Teseos sin hilo.


                                                                                                         Diego Mayoral Martín




















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