12.04.2012

Crítica de Victoria Civera. Julio Gracia.



Corazonada. Victoria Civera.
Galería Soledad Lorenzo (C/Orfila 5) 28 de Noviembre a 29 de Diciembre de 2012.
Lunes 16:30-20:30 h. Martes a Sábados de 11 a 14 h. / 16:30 a 20:30 h.
Entrada Gratuita.


Merecido Homenaje:

 Soledad Lorenzo cierra su ejercicio profesional. Deja tras de sí un vacío insustituible en el Olimpo de las consagradas. Muchos artistas boyantes fueron tímidos emergentes cuando expusieron en el espacio diseñado por Gustavo Torner. La fidelidad mostrada por la galería a los creadores, su apoyo en los buenos y malos momentos, la han convertido en leyenda no sólo en los círculos artísticos sino en el corazón de sus compañeros de viaje. El nombre de la exposición resulta parlante en este sentido: Victoria Civera sabía que ésta podía ser la última muestra en la calle Orfila y por eso ha preparado un homenaje a la altura de las circunstancias: una antológica muy personal con obras que en muchos casos no se encuentran a la venta y que aportan a todo aquel que franquea el umbral la sensación de hallarse en un museo antes que en una galería.

 Las piezas están hechas para acercarse y disfrutar. Conversan con el visitante en silencio. Son haikus, poemas breves vehículo de emociones intensas. Bajo el nombre de Germinal-New York se agrupan toda una serie de obras creadas por la artista entre finales de los años ochenta y comienzos de los noventa. Nunca mostradas fuera de su taller, ocupan la práctica totalidad de las dos primeras salas y suponen todo un ejercicio de desnudez para la poetisa. Victoria Civera entrega a Soledad Lorenzo lo más valioso para cualquier artífice y, en general, para toda persona: su intimidad. Sensitivas telas a modo de lienzo y esculto-pinturas reflejo de un periodo aún titubeante. Comienza a despertar un lenguaje volumétrico y una clara referencia a lo femenino que luego se tornarán en propios de su poesía.

 El descenso de la luz en la segunda sala acrecienta la lírica de los versos: tres sencillos cajones de madera sostienen pequeños enigmas: diarios sin páginas, formas blandas que parecen desparramarse del interior de pedestales huecos o un viejo recuerdo a los fetiches africanos en Cabeza. Por el material. Por la forma. Y por su poder latente: las tres mesas se rodean de obras de pelaje primitivo. Verdaderos tótems. Intermediarios entre el visitante y un abismo insondable. El mismo al que se enfrentaba el Viajero ante el mar de niebla de Friedrich y que parece perfilarse en estas obras: la exploración del alma humana.

 Por mucho que creamos conocer a una persona, el crisol de emociones y experiencias que configuran su personalidad forman recovecos que se nos escapan. La cotidianeidad es, por eso, una de las armas usadas para empatizar: distintos aspectos del devenir vital de la artista se plasman en los cuarenta y nueve dibujos que se extienden por los muros de la izquierda de las dos primeras salas. Fechados en el año 2003 y ejecutados con un trazo suelto que dibuja una figuración naif, presentan en algunos casos un fuerte contenido irónico: hojas negras arrancadas de un cuaderno perfilan demonios de dientes brillantes, producto de recuerdos vívidos. Su sonrisa esboza la de un lector que puede descubrir la reinterpretación -poco totémica- de un expendedor de papel higiénico en la segunda sala.

 La risa no deja de marcar un carácter íntimo y personal que parece fragmentarse en el tercer espacio con Sueños inclinados. La más reciente de todas las obras de la exposición es también su culmen lógico: está formada por seis estructuras longitudinales inclinadas que representan las exposiciones de la artista en Soledad Lorenzo. Pero su inclusión parece demasiado forzada. Merece la pena que el visitante aparte los ojos de la luz natural que baña el plástico metalizado y se interne en el despacho de la galerista, charle con ella y acabe finalmente en la cuarta sala de la exposición. Descubriendo agachado la fotografía asociada a una pequeña silla de metacrilato. Preguntándose si los círculos que llenan toda la muestra tienen una mística más fuerte al carecer en su mayoría de figuración. Reflexionando sobre si todo artista es capaz de desnudarse de esta manera. O si sólo lo hace por un motivo verdaderamente especial.

4016 caracteres (con espacios).

La obra de Victoria Civera (Port de Sagunt, 1955) es una de las más reconocidas del panorama actual. Nada más terminar sus estudios en la Escuela Superior de San Carlos de Valencia se traslada a Santander, para instalarse definitivamente en Nueva York a partir del año 1987 junto a su marido Juan Uslé. Exploradora incansable de los juegos del arte, desde la indagación en la mística del círculo hasta la presencia de la imagen de la mujer en gran parte de su obra.

465 caracteres (con espacios).



Julio Andrés Gracia Lana.

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