11.27.2012

La interactuación con el espacio. Julio Gracia.


Heimo Zobernig.
Palacio de Velázquez. Del 9 de Noviembre de 2012 al 15 de Abril de 2013.
Organizado por el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (MNCARS) y la Kunsthaus Graz.
Comisariado por Jürgen Bock.

La interactuación con el espacio:

 El Palacio de Velázquez se ha convertido en las últimas semanas en todo un viaje al mundo escénico. Como si de figurantes de un espectáculo dramático se tratasen, distintas obras danzan en el espacio e invitan al usuario a constituirse como uno más dentro de la compañía artística. No es de extrañar que Heimo Zobernig estudiase para las tablas antes que para los lienzos, para las artes escénicas antes que para las plásticas. Y no debe extrañarse tampoco el lector por el uso de la palabra “usuario” en detrimento de la de “espectador”. A pesar de las metáforas, la propuesta va más allá de la mera representación. No se crean escenografías vacuas de asientos y espectadores, sino una intervención viva, abierta a todo aquel que quiera participar en ella.

 Las propias bóvedas del palacio constituyen una parte más de la muestra comisariada por Jürgen Bock. Una completa retrospectiva a través de pinturas, esculturas, vídeos e instalaciones que transmiten, incitan y acaban obligando al movimiento.

 La insinuación más clara viene de la mano de dos grandes esculturas, cuyo contraste resulta poderoso al quedar definido en varios niveles: forma o volumen (cubo y poliedro hexagonal) y material caravista, con el consiguiente contraste cromático entre metal y madera. Apuesta minimalista, materiales deleznables: el         acero parece herrumbroso y la madera forma el armazón del poliedro, cuyas caras se configuran gracias a una red de yute, apenas sustentada por grandes punzones de hierro. Las huellas del armado de las piezas conviven perfectamente con la rúbrica del artista,. Resulta muy expresivo que apenas haya distinción tipográfica entre ambos elementos.

 Un mayor contraste se establece entre las esculturas y las pocas paredes que las rodean, aprovechadas para mostrar el talante inacabado que constituye carta de naturaleza de la muestra. Los tonos azules del papel de uno de los muros ensombrecen al beige del perpendicular. Papel mal alisado y un telón -una sábana cabría decir- forman la base de los colores y se acumulan de modo sobrante en la parte inferior de las paredes. Los lienzos dispuestos por encima y las ironías textuales que acogen acaban de completar la dinámica composición.

 Pero hablábamos de “usuario” y de integración. Desde luego, este hecho va más allá de la simple alineación de éste como sujeto acreedor de los contrastes entre las piezas. La implicación con ellas puede ir más lejos y se demuestra en las tres salas que, de forma concatenada, presentan al visitante distintas dificultades visuales: se enfrenta a una figura negra que ocupa la práctica totalidad de un pequeño habitáculo, a una moqueta de color oscuro manchada por las pisadas de los visitantes o, entre medio, a un banco inserto en un conglomerado de madera, semejante a los restantes que ocupan la exposición. Sin embargo, no recomendamos al lector que se integre en exceso con esta obra, a riesgo de recibir una amonestación por parte del personal de la sala.

 De modo simétrico y también con un marcado componente lúdico, otras tres intervenciones se disponen en el extremo posterior del edificio. Paneles de aluminio reflejan en dos muros las imágenes de todo aquel que entra y, por extensión, de aquello que se encuentra detrás de él. La sala se encuentra perfectamente iluminada y forma  pendant con otra situada en el lado contrario. El espacio se llena por una única pieza cóncava, constituida por conglomerado y pintura blanca. Entre ambas propuestas se distribuyen toda una serie de mesas de pie único rematadas con una superficie pictórica de distintos colores. La menor luminosidad de esta sala hace que el cromatismo de la superficie quede algo indefinido. No sabemos si nos encontramos ante rojos o magentas, naranjas o marrones.

 Un pasillo formado por los muros de la anterior exhibición sirve como principal nexo de unión entre todas estas intervenciones. Paredes maltratadas que muestran sus heridas cobijan a toda una serie de pequeñas esculturas, una vez más de varios colores y formas contrastadas. Pasos de blanco a negro y leves transiciones de grises conviven con la ironía suprema de la exhibición: una escultura formada por rollos de papel higiénico. La ironía no la constituye la escultura en sí misma, sino la tremenda importancia que parece tener su elevación en un alto pedestal, del que todavía se mantienen las agarraderas que pudieron permitir su transporte. Del mismo modo, se mantienen caravista los andamios que sustentan tres grandes paneles constituidos por letras en las que se ha subvertido el orden y disposición. Relativamente escondido, un tercer lienzo se compone con cristales de Swarovski que chocan con el tono negro de uno de los espacios más interesantes de la exposición.
                                           
 No puede existir un teatro sin telones, de ahí que Heimo Zobernig haya preparado en la zona central del espacio toda una serie de cortinajes negros que acogen varias pinturas monocromas en blanco y negro. Tan solo dos pantallas de proyección se atreven a romper el ritmo. Una vez más se buscan finos contrastes de color y, también una vez más, se juega gracias a eso con la percepción visual del espectador. La artimaña se acrecenta con la creación de un espacio de grandes dimensiones, algo apartado dentro de la muestra, donde un cortinaje rojo permite el acceso a una sala con un proyector. Entrar dentro supone dejarse llevar por un trompe l´oeil audiovisual perfecto.

 Sin embargo, esta consideración de las obras como un crisol de interacciones no debe llevarnos a pensar en ellas como carentes de sentido por si mismas, ni tampoco en Zobernig como un artista poco interesado en su propia retrospectiva -el número de obras y la gran cantidad de préstamos por parte del mismo para esta exposición dan buena muestra de ello- o en la consideración de todo lo expuesto como una mera escenografía. Es obvio que cada pieza puede ser autónoma, pero en este caso ceden parte de su independencia en beneficio de un conglomerado de mayor trascendencia. Todo tiene su papel en el conjunto expositivo. No se trata de un monólogo ni de una obra coral -de la que, de hecho, habrían faltado voces por reseñar en este comentario- sino de una propuesta en la que se encuentra el propio espectador. El usuario que, remitiéndonos de nuevo al principio, no ocupa la butaca sino que interviene. Como uno más.

Julio Andrés Gracia Lana. 

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