Heimo Zobernig.
Palacio de Velázquez. Del 9 de Noviembre de 2012 al 15 de
Abril de 2013.
Organizado por el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía
(MNCARS) y la Kunsthaus Graz.
Comisariado por Jürgen Bock.
La interactuación con el espacio:
El Palacio de Velázquez se ha convertido en
las últimas semanas en todo un viaje al mundo escénico. Como si de figurantes de
un espectáculo dramático se tratasen, distintas obras danzan en el espacio e
invitan al usuario a constituirse como uno más dentro de la compañía artística.
No es de extrañar que Heimo Zobernig estudiase para las tablas antes que para
los lienzos, para las artes escénicas antes que para las plásticas. Y no debe
extrañarse tampoco el lector por el uso de la palabra “usuario” en detrimento
de la de “espectador”. A pesar de las metáforas, la propuesta va más allá de la
mera representación. No se crean escenografías vacuas de asientos y
espectadores, sino una intervención viva, abierta a todo aquel que quiera
participar en ella.
Las propias bóvedas del palacio constituyen
una parte más de la muestra comisariada por Jürgen Bock. Una completa
retrospectiva a través de pinturas, esculturas, vídeos e instalaciones que transmiten,
incitan y acaban obligando al movimiento.
La insinuación más clara viene de la mano de
dos grandes esculturas, cuyo contraste resulta poderoso al quedar definido en
varios niveles: forma o volumen (cubo y poliedro hexagonal) y material
caravista, con el consiguiente contraste cromático entre metal y madera. Apuesta
minimalista, materiales deleznables: el acero
parece herrumbroso y la madera forma el armazón del poliedro, cuyas caras se configuran
gracias a una red de yute, apenas sustentada por grandes punzones de hierro. Las huellas del armado de las piezas conviven perfectamente con la rúbrica del
artista,. Resulta muy expresivo que apenas haya distinción tipográfica entre ambos elementos.
Un mayor contraste se establece entre las esculturas
y las pocas paredes que las rodean, aprovechadas para mostrar el talante
inacabado que constituye carta de naturaleza de la muestra. Los tonos azules
del papel de uno de los muros ensombrecen al beige del perpendicular. Papel mal alisado y un telón -una sábana
cabría decir- forman la base de los colores y se acumulan de modo sobrante en
la parte inferior de las paredes. Los lienzos dispuestos por encima y las
ironías textuales que acogen acaban de completar la dinámica composición.
Pero hablábamos de “usuario” y de integración.
Desde luego, este hecho va más allá de la simple alineación de éste como sujeto
acreedor de los contrastes entre las piezas. La implicación con ellas puede ir
más lejos y se demuestra en las tres salas que, de forma concatenada, presentan
al visitante distintas dificultades visuales: se enfrenta a una figura negra que
ocupa la práctica totalidad de un pequeño habitáculo, a una moqueta de color oscuro
manchada por las pisadas de los visitantes o, entre medio, a un banco inserto
en un conglomerado de madera, semejante a los restantes que ocupan la
exposición. Sin embargo, no recomendamos al lector que se integre en exceso con
esta obra, a riesgo de recibir una amonestación por parte del personal de la
sala.
De modo simétrico y también con un marcado
componente lúdico, otras tres intervenciones se disponen en el extremo
posterior del edificio. Paneles de aluminio reflejan en dos muros las imágenes
de todo aquel que entra y, por extensión, de aquello que se encuentra detrás de
él. La sala se encuentra perfectamente iluminada y forma pendant
con otra situada en el lado contrario. El espacio se llena por una única pieza
cóncava, constituida por conglomerado y pintura blanca. Entre ambas propuestas se
distribuyen toda una serie de mesas de pie único rematadas con una superficie
pictórica de distintos colores. La menor luminosidad de esta sala hace que el
cromatismo de la superficie quede algo indefinido. No sabemos si nos
encontramos ante rojos o magentas, naranjas o marrones.
Un pasillo formado por los muros de la
anterior exhibición sirve como principal nexo de unión entre todas estas
intervenciones. Paredes maltratadas que muestran sus heridas cobijan a toda una
serie de pequeñas esculturas, una vez más de varios colores y formas
contrastadas. Pasos de blanco a negro y leves transiciones de grises conviven
con la ironía suprema de la exhibición: una escultura formada por rollos de
papel higiénico. La ironía no la constituye la escultura en sí misma, sino la
tremenda importancia que parece tener su elevación en un alto pedestal, del que
todavía se mantienen las agarraderas que pudieron permitir su transporte. Del
mismo modo, se mantienen caravista los andamios que sustentan tres grandes
paneles constituidos por letras en las que se ha subvertido el orden y
disposición. Relativamente escondido, un tercer lienzo se compone con cristales
de Swarovski que chocan con el tono negro de uno de los espacios más
interesantes de la exposición.
No puede existir un teatro sin telones, de ahí
que Heimo Zobernig haya preparado en la zona central del espacio toda una serie
de cortinajes negros que acogen varias pinturas monocromas en blanco y negro.
Tan solo dos pantallas de proyección se atreven a romper el ritmo. Una vez más
se buscan finos contrastes de color y, también una vez más, se juega gracias a
eso con la percepción visual del espectador. La artimaña se acrecenta con la creación de un espacio de grandes dimensiones, algo apartado
dentro de la muestra, donde un cortinaje rojo permite el acceso a una sala con
un proyector. Entrar dentro supone dejarse llevar por un trompe l´oeil audiovisual perfecto.
Sin embargo, esta consideración de las obras
como un crisol de interacciones no debe llevarnos a pensar en ellas como
carentes de sentido por si mismas, ni tampoco en Zobernig como un artista poco
interesado en su propia retrospectiva -el número de obras y la gran cantidad de
préstamos por parte del mismo para esta exposición dan buena muestra de ello- o
en la consideración de todo lo expuesto como una mera escenografía. Es obvio que
cada pieza puede ser autónoma, pero en este caso ceden parte de su
independencia en beneficio de un conglomerado de mayor trascendencia. Todo tiene su
papel en el conjunto expositivo. No se trata de un monólogo ni de una obra
coral -de la que, de hecho, habrían faltado voces por reseñar en este
comentario- sino de una propuesta en la que se encuentra el propio espectador. El
usuario que, remitiéndonos de nuevo al principio, no ocupa la butaca sino que
interviene. Como uno más.
Julio Andrés Gracia Lana.
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