11.26.2012

Heimo Zobernig: una nueva percepción del espacio


Heimo Zobernig
Palacio de Velázquez, Parque del Retiro, Madrid
8 de noviembre de 2012 – 15 de abril de 2013
Entrada gratuita








Heimo Zobernig, artista austriaco (Mauthen, 1958), presenta su primera retrospectiva en España dentro del Palacio de Velázquez en el Parque del Retiro de Madrid, edificio expositivo del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía.  Este artista ha realizado numerosas exposiciones individuales a nivel internacional y ha participado en la Documenta X en 1997 y en la Bienal de Venecia en 2001. Actualmente trabaja como profesor  en la Academia de Bellas Artes de Viena. 

La exposición, para la cual se ha modificado casi en su totalidad el espacio del palacio, presenta 40 de las obras de este artista realizadas desde los años 80 hasta 2012, las cuales son muy variadas: pinturas, esculturas, instalaciones, vídeos, que abordan cuestiones relacionadas con la arquitectura, la escenografía y el diseño expositivo.

Al entrar al palacio nos encontramos con una gran sala abierta que ha sido dividida a través de las propias obras de arte y alrededor de ella  hay accesos a otras salas. Ya desde el principio tenemos la sensación de andar por un teatro: vemos en el centro un espacio cerrado con cortinas negras y no serán las únicas. Dentro y fuera de estas cortinas destacan los cuadros monocromos que nos evocan la tradición minimalista, pero esta exposición no se reduce al minimalismo o la abstracción, hay algo más substancial: el espacio como parte de la obra misma y la forma en la que el espectador se mueve por ella. El juego acaba de empezar.

Los cuadros monocromos a simple vista parecen todos iguales, pero si el visitante es curioso y se acerca a ellos descubrirá la diferencia de los materiales: óleos, acrílicos, lienzos preparados, pantallas de proyección,… y en algunos palabras escondidas. De este modo, las obras nos invitan a acercarnos para descubrir qué son y qué nos quieren decir. En este mismo espacio hay dos estructuras, una de acero y otra de yute y madera. Nos empezamos a dar cuenta que los materiales utilizados en la mayoría de las obras son económicos e industriales. Zobering nos deja ver aquello que no podemos ver normalmente en las obras de arte: el interior, el material mismo sin ningún tipo de decoración.  

En todo momento se tiene  la sensación de que la exposición no está terminada, que el montaje está todavía en proceso: las paredes a medio empapelar, lienzos con los bordes sin pintar, una escalera y otros elementos dispuestos en las salas de un modo ilógico. Hay que seguir buscando el significado.

Al entrar a la siguiente sala, parece estar vacía hasta encontrar la cartela que nos anuncia que la obra está debajo de nosotros, es la moqueta pintada con acrílico. Aquí todo el mundo pisa la obra y esta se queda impregnada de pisadas. Vemos como el artista juega también en todo momento con la cuestión de qué es arte o no, o bien, cuándo lo es o cuándo deja de serlo, utilizando objetos que nos resultan familiares, como una moqueta en este caso, pero que aquí se nos presenta como obra de arte. Es la idea del “arte por el arte”, sin reducirse a una función específica. Esta idea la podemos encontrar también en otras de sus obras: aquella realizada con rollos de cartón de papel higiénico, los muros o los bancos dispuestos como elementos escultóricos, láminas de aluminio simulando espejos en las paredes, cinco mesas de bar, tableros aglomerados. En definitiva, objetos que jamás hubiésemos imaginado dentro de un museo, desprendidos de su “aura”.

Al continuar andando por las siguientes salas vemos que Zobernig también juega con la forma de las esculturas, pudiendo entrar dentro de ellas o rodearlas. Nos hace movernos en el espacio de forma distinta a través de esas esculturas, de diferentes tamaños, formas y colores. De este modo, el artista consigue un original recorrido expositivo a través de la disposición de sus obras.

Después, hay otra sala a la que se accede, de nuevo, mediante unas cortinas, rojas esta vez y donde en una de las paredes se proyectan líneas de color en tonos rojos y naranjas que se mueven lentamente, como si fuese una continuación de la propia cortina roja  de la entrada. Ya solo por el color, esta sala es más cálida, la gente se siente más dispuesta a participar y se divierte mirando sus sombras reflejadas en la proyección.

Al salir de aquí nos topamos con un gran muro que ha sido tomado de la exposición anterior, pero que se ha dejado en el estado que se encontraba, con las juntas visibles, pintura caída, haciéndonos ver el deterioro del paso del tiempo. Y es que el tiempo también es esencial para el artista, ya que percibimos el espacio a través de él, hay un ritmo al pasear por la exposición, el espectador se para y se mueve dependiendo de lo que le haga sentir una obra.

Luego vemos tres lienzos dispuestos en la misma plataforma, un óleo, un acrílico, con diferentes colores, con letras que parecen decir “REAL”, algunas de ellas invertidas. Y el tercero sorprende más que ninguno después de haber visto obras con materiales austeros y precarios, ya que este lienzo está hecho con cristales de Swarovski. Sin embargo, es el lienzo más difícil de ver, casi escondido, seguramente algunos espectadores no han percibido su presencia. ¿Y este contraste de materiales a qué se debe? ¿Esencia simbólica y espiritual frente a lo “REAL”?

Así pues, podemos ver la importancia del proyecto expositivo para el artista, del recorrido, que forma parte de la obra misma, es decir, el arte es al mismo tiempo la obra y el lugar donde está colocada. No obstante, esto no quiere decir que los objetos pierdan valor por sí mismos, al contrario, aquí hasta las propias cartelas constituyen una pieza individual en la exposición y podemos interactuar con ellas, hay que buscarlas, no están a simple vista. Y sin duda, para Zobernig aquello que tiene mayor relevancia es el espectador, toda la exposición está configurada para hacerle participar, quiere huir de la alienación común de los visitantes, desea producir en ellos curiosidad  y, al mismo tiempo, proporcionarles una nueva experiencia y percepción del espacio.  Sin el espectador y hasta que este no empiece a caminar la exposición no se activa.

En conclusión, con este modo de ver el arte como un lenguaje que expresa y se comunica y el espacio expositivo como parte de esa misma obra, Zobernig consigue ampliar los límites del marco público e institucional.

Por Desirée Martínez

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