Palacio de Velázquez. Parque del
Retiro. Madrid. Hasta el 15 de abril.
De 10 a 18 horas. Todos los días.
El artista austriaco Heimo Zobernig (Mauthen, Austria, 1958) presenta una colección de obras realizadas entre 1987 y 2012 en el madrileño Palacio de Velázquez. Para ello desnuda la estructura del edificio –que el propio artista considera parte de la muestra– apropiándose de un espacio diáfano que dispone su trabajo, permitiendo múltiples lecturas y distintos recorridos. Lo que allí encontramos son un conjunto de obras pictóricas, escultóricas, vídeo, instalaciones e intervenciones arquitectónicas, combinando en alguna que otra ocasión más de una técnica para desarrollar una pieza.
La singularidad de la disposición de
las obras, que giran alrededor de una teatral estructura rectangular de
esqueleto metálico rodeado con un telón negro, permite que el clásico despiste
acerca del correcto recorrido de la exposición no condicione el disfrute y las
lecturas de la misma. Sólo dos naves situadas en dos extremos de la sala y una
estancia al fondo –que acoge el único vídeo de la muestra–, acotan el espacio
de manera permanente.
El planteamiento expositivo de
Zobernig no contempla demasiadas obras colgadas directamente de la pared y
cuando esto se da, esta suele estar forrada de cortinajes o telas que les
otorga una cierto carácter escenográfico. Este es el caso de una serie de
pinturas que aparecen en primer lugar del recorrido. Obras en su mayoría de
gran formato que utilizan una paleta de color limitada llegando incluso al
monocromo, utilizando acrílico y óleo. Heimo genera en estas una serie de
tramas mediante plantillas tipográficas y cinta adhesiva que aplica y retira en
sucesivas capas y que dejan huella en la obra mediante una suerte de rastro
postpictórico. Un conjunto de pinturas abstractas que en ocasiones ocultan
mensajes que se descifran cuando el espectador toma cierta distancia con
respecto a el cuadro. Lemas como “Fuck Painting Sculpture” ofrecen algunas
pistas sobre las lecturas del trabajo del artista. Acotando el espacio por el
lado contrario al de las pinturas el artista sitúa dos obras: un gran
estructura poligonal de madera y yute y, un cubo enrejado en negro que
contiene, a su vez, una serie de 7 lados dispuestos con ruedas sobre la base de
manera paralela y equidistante. Estructuras que se presentan ante el público
como “arte por el arte” pero que encierran críticas a ciertos relatos de la
Historia del Arte.
En ese ejercicio de reversos y
anversos de Heimo, consistente en desnudar el espacio expositivo para generar
el suyo propio, utiliza un tabique de grandes dimensiones de una exposición
anterior (15 metros ancho por 5 de alto aproximadamente), que crea una estancia
que acoge seis obras. Un conjunto de esculturas minimalistas compuesto por
cuatro poliedros y un cilindro. Unos pasos más allá se ubica la sexta obra,
donde una maraña de cartones de rollos de papel higiénico acabados y dispuestos
sobre un pedestal parecen descargar la sensación de rigidez que el tabique
otorgaba a las anteriores.
Pocos metros más allá encontramos
una estructura de andamios metálicos de gran altura y significativa base –que
recuerda a una obra de arte minimalista–,
que aparece panelada en tres de sus cuatro caras con lienzos. En dos
ocasiones se trata de una retícula de acrílicos y óleos donde juega de nuevo –a
todo color en esta ocasión– con la tipografía. En otra, y de manera más
abstracta, combina pintura acrílica con cristales de Swarovski.
En ocasiones resulta interesante
observar una obra, desde una perspectiva distinta a la deseada por el artista,
como la siguiente pieza que se presenta de repente de espaldas a nosotros.
Pero, y tras un simple panel de media altura, aparece esta obra que nos remite
inmediatamente a un ámbito arquitectónico. Compuesta por un base de aglomerado,
y sólo cerrada en altura por uno de sus lados, Heimo coloca una mesa y una
escalera que no lleva aparentemente a ningún sitio.
Llega ya el turno de entrar en las
estructura de cortinajes negros que funciona como núcleo de la exposición y al
que el artista ha querido dotar de tanto protagonismo. En su interior se
presentan una sucesión de lienzos -tratados y sin tratar- que suman 10 en total
y que generan superficies planas en cuanto al color –blanco y negro fundamentalmente–. Esta simplicidad invita a imaginar la
obra de arte ideal (la personal de cada uno), pensamiento extraído por la
teatralidad en las que el autor las ha pretendido enmarcar.
Quedan todavía una serie de piezas
que permiten un recorrido independiente. Algunas se encuentran situadas en
alguna de las estancias aisladas del espacio expositivo y que cronológicamente
son más antiguas. Una sala de grandes dimensiones, a la que tenemos que acceder
a través de un cortinaje rojo, acoge un vídeo sin sonido realizado en
colaboración con Bernhard Riff. En el medio de dicho espacio se encuentra
situado un banco perpendicular al vídeo que consiste en una proyección de
cortinas rojas similares a las que circunscriben la sala en un lateral y que
componen un gran degradado de colores cálidos.
Por último, dentro de las dos naves
de los extremos paralelos de la sala, encontramos una sucesión de obras de
principios de los 90s. En una de las naves se suceden tres piezas en distintas
salas: la primera compuesta por una serie de láminas de aluminio que
conjuntamente construyen un gigante espejo. La segunda por una serie de seis
tableros de aglomerados circulares que obligan a un movimiento zigzagueante
para visionarlos. La última está compuesta por una estructura de madera acotada
en un extremo por un lámina semicircular blanca. En la nave opuesta se exponen,
en primera estancia, un "cubo negro" realizado en cartón de 3 metros de diámetro
por 4 de altura. A continuación una pieza realizada en tableros de aglomerado
sobre listones de madera que permite entrar por uno de los cuatro lados y donde
la salida se debe de realizar forzosamente por el mismo que da acceso. Heimo
coloca un banco en el medio de la estructura que desconcierta –no sabemos si
podemos sentarnos–. Por último un sala vacía donde sólo el suelo aparece
intervenido mediante un enmoquetado negro pone de nuevo de manifiesto la
investigación del artista alrededor de los mecanismos expositivos y algunos
relatos de la Historia del Arte que reinterpreta mediante una economía de
medios, metodologías y materiales.
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Roberto Vidal
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