Diana Cuéllar Ledesma
Tan juguetona como mordaz, la
iconoclastia de Heimo Zobernig (1958) es un respiro en medio del arte tan aburridamente
académico e hiperteoretizado que cada vez más invade museos, galerías, ferias y
demás espacios de arte contemporáneo. Su muestra personal en el Palacio de
Velázquez reúne su obra más reciente en un maridaje óptimo entre poética de
artista, espacio de exhibición y contexto, pues establece un continum con el espíritu de “recreo” del
parque del Retiro.
No se trata, sin embargo, de lo
que cómodamente podríamos llamar “un recreo para los sentidos”. Lejos de fácil o
ilustrativa, la de Zobernig es una poética de profundo rigor estético y crítico
que interpela inteligentemente al espectador. Su lenguaje plástico se
estructura como una gramática de objetos, presencias, colores, texturas,
volúmenes y formas en un enclave de perspicaz austeridad y economía de medios.
Desde sus inicios en la década de
1980, este artista austriaco ha trabajado con una diversidad de medios, como pintura
video y performance. Su búsqueda es la de nuevas experiencias estéticas y la exploración
semántica con el reducido vocabulario del color y la forma en sus estados más
puros: líneas rectas, formas básicas, monocromía con la paleta primaria,
materiales sencillos y sobrios.
Como en la cocina típica adoptada
por la nouvelle cuisine, el éxito de
la muestra no radica en tener nuevos platillos o ingredientes (en resumen, sólo
se trata de pinturas monocromáticas, esculturas e instalaciones), sino en la
sofisticación y variación de su procesamiento, así como en su presentación
final. Sus posibilidades tropológicas no radican en las obras tanto como en la forma
en que se articula su presentación en el espacio. La sutileza e inteligencia
del montaje y la curaduría, a cargo de Jürgen Bock, es tal, que la exposición
en su conjunto puede considerarse como una macro instalación transitable. Sin
muros temporales dividiendo el espacio, la articulación de este, en una nave
central y seis periféricas, se logra a través de los objetos y el color mismos.
En la sala central resaltan dos
esculturas grandes. La primera (sin título, 2012) consiste en varios bastidores
que forman un diamante. Es orgánica en sus materiales, yute y madera, y rígida
en su forma. Contrapone así el hedonismo sensorial al carácter racionalista del
geometrismo y la escultura minimalista. La segunda es una reja negra gigante,
cúbica, con varios módulos: no encierra nada y tampoco se puede entrar en ella,
semeja al Impenetrable de Mona Hatoum
y a los penetrables de Rafael Soto. En realidad, toda la obra de la muestra es
un cuestionamiento al minimalismo, el constructivismo y la abstracción
geométrica. Así, prevalecen el color y la forma como presencias, gestos. También
en la sala central, un grupo de pinturas (sin título, 2010) monocromáticas en
azul hacen referencia a la pintura monocromática y el Azul Internacional de
Yves Klein. Las de Zobernig, sin embargo, se exhiben sobre telas del mismo
color dispuestas de modo que caen desde lo alto del muro, sobre el que forman
una cuadrícula; al caer, todavía enrolladas, cubren parte del suelo rompiendo con
la división entre el espacio de la obra y el espacio del observador. El artista
desestabiliza así el espacio pictórico llevándolo más allá de los límites del
cuadro, y desborda el color dándole un carácter propio y no subalterno dentro
de la obra: es un color como presencia y no como representación.
La cortina roja que se vislumbra
al fondo de la sala puede jugar a ser una pintura, una tela sobre un muro o, lo
que es, el acceso a una sala que alberga una instalación. Se trata de un
espacio generoso en el que un proyector de luz refleja el efecto del drapeado de
la cortina sobre un muro blanco frente al que todos los visitantes se divierten
jugando a las sombras. Junto a la cortina, las cicatrices del muro de la sala,
que otrora fuera enmendado para alguna otra exposición en el recinto, se
muestran sin censura ante los ojos del visitante como si se tratara de una obra
más de la muestra. Y es que para Zobernig el espacio no es sólo el receptáculo
de la exposición, sino parte activa y constituyente de ella. Al salir por la
cortina roja, un pequeño espacio entre la sala central y el muro “herido”
expone esculturas que son tubos de cartón a nivel de piso, en la más clara
línea con la escultura minimalista de los años 60. Sólo una de ellas de yergue
sobre un pedestal, es la que está hecha con tubos de cartón de papel higiénico.
El recurso de los materiales
corrientes y estandarizados también juega picarescamente con los íconos del
arte moderno. En el ala derecha, otra instalación, que simplemente consiste en cubrir
el suelo de la sala con una alfombra pintada de negro, hace una clara
referencia a las pinturas abstractas de Ad Reinhardt, y un enorme cubo de
cartón negro se expone en el cubo blanco de la sala contigua. Otra sala alberga
una instalación modular hecha con madera. Tiene una banca en el centro que
obliga al espectador a la cuestión final: ¿podemos sentarnos? Así, la eterna
discusión de la funcionalidad de las artes queda expuesta de una manera jocosa
y aguda. No es “sólo lo que ves” según afirmara Frank Stella, también sirve
para algo. Una vez más, Zobernig introduce un guiño irreverente a las dinámicas
del arte y sus efectos auráticos.
Por la izquierda, dos instalaciones
más: la primera, un muro cubierto con espejos; la segunda, grandes carretes de
cuerda dispuestos en la sala (parecen mesas muy altas, pero son solo objetos). Al
salir, hacia la nave central, hay una instalación consistente en una plataforma
de madera con una escalera que no lleva a ningún lugar. Junto a ella, una nueva
cortina, esta vez negra, circunda –crea– un espacio en el que se exhiben
cuadros blancos. La cortina establece un muro de tela que es tan frugal como
efectivo en su generación de espacio y modularidad.
La exposición, en suma, critica,
cuestiona, indaga, explora, recapitula, juega y subvierte la lógica de los
momentos históricos del arte a los que recurre como fuente primaria, pero,
finalmente, se inscribe dentro del corte epistemológico inaugurado por ellos: un
arte generador de realidad que provoca los límites y convenciones de la percepción,
un desafío estético en todo su sentido.
Fechas: 9 noviembre de 2012 - 15 abril de 2013
Lugar: Palacio de Velázquez, Parque del Retiro
Organización: Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía y Kunsthaus
Graz
Comisariado: Jürgen Bock
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