11.27.2012

Heimo Zobernig


Diana Cuéllar Ledesma

Tan juguetona como mordaz, la iconoclastia de Heimo Zobernig (1958) es un respiro en medio del arte tan aburridamente académico e hiperteoretizado que cada vez más invade museos, galerías, ferias y demás espacios de arte contemporáneo. Su muestra personal en el Palacio de Velázquez reúne su obra más reciente en un maridaje óptimo entre poética de artista, espacio de exhibición y contexto, pues establece un continum con el espíritu de “recreo” del parque del Retiro.

No se trata, sin embargo, de lo que cómodamente podríamos llamar “un recreo para los sentidos”. Lejos de fácil o ilustrativa, la de Zobernig es una poética de profundo rigor estético y crítico que interpela inteligentemente al espectador. Su lenguaje plástico se estructura como una gramática de objetos, presencias, colores, texturas, volúmenes y formas en un enclave de perspicaz austeridad y economía de medios.

Desde sus inicios en la década de 1980, este artista austriaco ha trabajado con una diversidad de medios, como pintura video y performance. Su búsqueda es la de nuevas experiencias estéticas y la exploración semántica con el reducido vocabulario del color y la forma en sus estados más puros: líneas rectas, formas básicas, monocromía con la paleta primaria, materiales sencillos y sobrios.

Como en la cocina típica adoptada por la nouvelle cuisine, el éxito de la muestra no radica en tener nuevos platillos o ingredientes (en resumen, sólo se trata de pinturas monocromáticas, esculturas e instalaciones), sino en la sofisticación y variación de su procesamiento, así como en su presentación final. Sus posibilidades tropológicas no radican en las obras tanto como en la forma en que se articula su presentación en el espacio. La sutileza e inteligencia del montaje y la curaduría, a cargo de Jürgen Bock, es tal, que la exposición en su conjunto puede considerarse como una macro instalación transitable. Sin muros temporales dividiendo el espacio, la articulación de este, en una nave central y seis periféricas, se logra a través de los objetos y el color mismos.

En la sala central resaltan dos esculturas grandes. La primera (sin título, 2012) consiste en varios bastidores que forman un diamante. Es orgánica en sus materiales, yute y madera, y rígida en su forma. Contrapone así el hedonismo sensorial al carácter racionalista del geometrismo y la escultura minimalista. La segunda es una reja negra gigante, cúbica, con varios módulos: no encierra nada y tampoco se puede entrar en ella, semeja al Impenetrable de Mona Hatoum y a los penetrables de Rafael Soto. En realidad, toda la obra de la muestra es un cuestionamiento al minimalismo, el constructivismo y la abstracción geométrica. Así, prevalecen el color y la forma como presencias, gestos. También en la sala central, un grupo de pinturas (sin título, 2010) monocromáticas en azul hacen referencia a la pintura monocromática y el Azul Internacional de Yves Klein. Las de Zobernig, sin embargo, se exhiben sobre telas del mismo color dispuestas de modo que caen desde lo alto del muro, sobre el que forman una cuadrícula; al caer, todavía enrolladas, cubren parte del suelo rompiendo con la división entre el espacio de la obra y el espacio del observador. El artista desestabiliza así el espacio pictórico llevándolo más allá de los límites del cuadro, y desborda el color dándole un carácter propio y no subalterno dentro de la obra: es un color como presencia y no como representación.

La cortina roja que se vislumbra al fondo de la sala puede jugar a ser una pintura, una tela sobre un muro o, lo que es, el acceso a una sala que alberga una instalación. Se trata de un espacio generoso en el que un proyector de luz refleja el efecto del drapeado de la cortina sobre un muro blanco frente al que todos los visitantes se divierten jugando a las sombras. Junto a la cortina, las cicatrices del muro de la sala, que otrora fuera enmendado para alguna otra exposición en el recinto, se muestran sin censura ante los ojos del visitante como si se tratara de una obra más de la muestra. Y es que para Zobernig el espacio no es sólo el receptáculo de la exposición, sino parte activa y constituyente de ella. Al salir por la cortina roja, un pequeño espacio entre la sala central y el muro “herido” expone esculturas que son tubos de cartón a nivel de piso, en la más clara línea con la escultura minimalista de los años 60. Sólo una de ellas de yergue sobre un pedestal, es la que está hecha con tubos de cartón de papel higiénico.

El recurso de los materiales corrientes y estandarizados también juega picarescamente con los íconos del arte moderno. En el ala derecha, otra instalación, que simplemente consiste en cubrir el suelo de la sala con una alfombra pintada de negro, hace una clara referencia a las pinturas abstractas de Ad Reinhardt, y un enorme cubo de cartón negro se expone en el cubo blanco de la sala contigua. Otra sala alberga una instalación modular hecha con madera. Tiene una banca en el centro que obliga al espectador a la cuestión final: ¿podemos sentarnos? Así, la eterna discusión de la funcionalidad de las artes queda expuesta de una manera jocosa y aguda. No es “sólo lo que ves” según afirmara Frank Stella, también sirve para algo. Una vez más, Zobernig introduce un guiño irreverente a las dinámicas del arte y sus efectos auráticos.

Por la izquierda, dos instalaciones más: la primera, un muro cubierto con espejos; la segunda, grandes carretes de cuerda dispuestos en la sala (parecen mesas muy altas, pero son solo objetos). Al salir, hacia la nave central, hay una instalación consistente en una plataforma de madera con una escalera que no lleva a ningún lugar. Junto a ella, una nueva cortina, esta vez negra, circunda –crea– un espacio en el que se exhiben cuadros blancos. La cortina establece un muro de tela que es tan frugal como efectivo en su generación de espacio y modularidad.

La exposición, en suma, critica, cuestiona, indaga, explora, recapitula, juega y subvierte la lógica de los momentos históricos del arte a los que recurre como fuente primaria, pero, finalmente, se inscribe dentro del corte epistemológico inaugurado por ellos: un arte generador de realidad que provoca los límites y convenciones de la percepción, un desafío estético en todo su sentido.

Fechas: 9 noviembre de 2012 - 15 abril de 2013
Lugar: Palacio de Velázquez, Parque del Retiro
Organización: Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía y Kunsthaus Graz
Comisariado: Jürgen Bock

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