HEIMO ZOBERNIG
Palacio de Velázquez
Parque del Retiro (Madrid)
9 de noviembre-15 de abril
La exposición
retrospectiva que el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía ha dedicado a
Heimo Zobernig en su sede del Palacio de Velázquez está destinada a sorprender
al espectador atento. No sólo porque la conjunción entre obra y espacio genere
un singular juego de acercamiento y distancia, sino, y esto es lo más
importante, porque requiere un compromiso, una especial atención enfrentarse a
los significados multiplicados con los que suele divertirse este artista
austríaco. Sólo de este modo puede establecerse entre el autor y el espectador
un juego especial a través de la obra, como si siguiendo una serie de pistas
uno fuese capaz, finalmente, de llegar a esa
conclusión. Y de reírse –con una risa un tanto apagada, es cierto- ante este
arte que critica el propio sistema o la misma esencia de lo artístico.
Sorprenden, de este
modo, ese carácter metalingüístico de la obra y el uso expresivo del espacio
expositivo, construyendo una entramada red ideológica a través de las formas a
la que el espectador tiene que acudir una y otra vez. El giro conceptual y
específicamente irónico no está presente de modo exclusivo en la crítica a las
fronteras del arte y el no-arte, sino que Zobernig se permite, con el bagaje de
una carrera consolidada, revisitar su propio arte del pasado y ponerlo en
entredicho.
Conviven así obras
de los años noventa en adelante, mezclando lo conceptual y lo minimalista,
siempre con guiños que hay que ir descubriendo. El impacto de una inmensa jaula
de acero, que en principio parece invitar únicamente a rodear y gozar del juego
óptico, caleidoscópico, de los entramados a cuadros, gana un nuevo significado:
la disposición en su interior de paneles paralelos, que podrían ser extraídos
fácilmente arrastrándolos por los rieles, evoca una estructura de peines, un
sistema utilizado en museos y galerías para el almacenaje de obras de arte en
soporte plano. Con esta nueva idea a las espaldas, el espectador podría quedar
satisfecho si no lo llevase su instinto de nuevo a cuestionarse por qué la
estructura tiene sus puertas cerradas, o el porqué de ese aspecto tan
explícitamente carcelario. Y con la duda o la sospecha en mentes se le activa
un cierto sensor detectivesco, de manera que los significados ocultos empiezan
a ser más evidentes.
La geometría más amable
de otra de las piezas, con sus superficies de yuta creando una atmósfera
traslúcida e intimista, llega uno a una impresión de estar contemplando la obra
al revés; la yuta con sus bastidores de madera, no deja de ser el soporte de un
lienzo sin preparar, un lienzo que, a pesar de su virginidad seguimos
contemplando desde atrás. Esa sensación de impenetrabilidad, de algo oculto, se
multiplica con la opacidad de un cubo negro dentro del cubo blanco formado por
la sala; como si uno no supiese muy bien si se encuentra ante un bloque de
materia vacía que es la obra, o si realmente hubiese algo dentro, algo que nos
es vedado por nuestra propia condición de espectador; nuestra necesidad de ver,
parece querer decir Zobernig, es tan frustrante que deseamos poder eliminar
todos esos límites impuestos. No obstante, el agobio espacial, esa obligación
de rodear el gigantesco cubo negro, contrasta de manera casi sublime con el
espacio con el que se conecta: una gran sala blanca, vacía, desprovista de
atrezzo. Sólo cuando uno entra y sus pasos dejan de oírse percibe el cambio:
ese suelo al que nunca se presta atención porque se da por hecho que tiene que existir un suelo, ese suelo, repito,
está enmoquetado formando una superficie cuadrada que en el pasado fue negra, y
que ahora sólo registra las huellas de los que han pasado –algunos de largo,
otros entretenidos en la tarea de registrar nuevos caminos sobre la superficie.
Un testimonio de ausencias, sí, pero donde uno es plenamente consciente de sí
mismo frente a esas presencias fantasmales del pasado.
Consciencia similar
se desprende de la videoinstalación. Uno se adentra con cierta aprensión en el
espacio a oscuras entre las cortinas naranjas, sólo para encontrarse en un
espacio lúgubre, donde el resplandor anaranjado de la proyección permite
únicamente asociar la continuidad del cortinaje que cuelga del muro con el
cortinaje ondeante proyectado; si uno tiene la suerte de estar en soledad
después de haber pensado que por fin transgredía un límite para estar dentro de
la obra –en oposición a la eterna exterioridad del cubo negro-, le sobrevendrá
otra duda. La del estar dentro. Y es que semejante panorama tampoco es
demasiado halagüeño, pues sólo hay un interior, vacío de significado al no
haber contacto con el exterior. Como el escenario de un teatro detrás del
telón, cuando la expectación es máxima y el actor no sabe si habrá público ni
si habrá mundo más allá del terreno ficticio de las tablas. Zobernig no sólo
habla del sistema del arte en cuanto artes plásticas, sino también rememora así
su pasado en el teatro y la performance, iniciando ese camino de introspección,
en este momento de la muestra altamente reflexivo, de su propia carrera
artística.
Espejos que
multiplican el espacio de la ficción y te encierran en los dos lados –dentro/fuera-,
la crítica al arte económico a través de cristales de Swarovski, o incluso la
simulación de un lienzo peligrosamente expandido de sus bastidores, incurvado
por una fuerza invisible, pero, aun así, peligrosamente en blanco… Toda una
sucesión de elementos para entender que Zobernig no plantea nunca formas
sueltas, ni ideas inconexas. Que la monocromía en pintura puede tener un
significado más profundo no apto para miopes, o que lo orgánico, lineal y
tipográfico de su pintura forman una combinación única. El hecho de tener que
acercarse a la calmada superficie en azul para que el impacto del mensaje FUCK
PAINTING SCULPTURE o FINANCIAL TRANSACTION TAX acaba por corroborar que no hay
nada ingenuo, solo un metalenguaje que juega con las apariencias pero que en
el fondo oculta una terrible ironía que es el hilo conductor de toda su obra.
Todo eso para decir,
en fin, que Zobernig configura una ideología propia a través de los códigos,
que pretende exteriorizar de modo que el espectador caiga en la trampa de la supuesta
transparencia de lo aparente en ese juego de lo que se no ve desde fuera en el
mundo del arte, y lo que no se puede ver desde dentro.
Victoria
Alonso
No hay comentarios:
Publicar un comentario